El Mundo de Rafael Teniente
Alfonso Rangel Guerra
Septiembre 12, 2001
¿De dónde viene la obra de Rafael Teniente?
La pregunta surge ante las bellas presencias realizadas con las técnicas del dibujo a carboncillo y el grafito. La respuesta no es obvia ni evidente; esta obra viene del fondo del artista. Establecer esta procedencia implica reconocer que tanto la gestión como su conversación en trazos y movimientos de la mano sobre la superficie del papel, todo es uno y lo mismo. Y algo más. No importa que en esta obra reconozcamos expresiones clásicas de otra edad, principalmente el Renacimiento. El arte de Teniente pasa, es cierto, por esos testimonios del pasado pero el resultado final es su propia creación, pues lo que ve el ojo del espectador no es la figura o el rostro procedentes de un arte previo, usurpados por el artista de nuestro tiempo. A pesar de reconocer esta obra de Rafael Teniente a la Gioconda o a Eros y la Psiquis o a muchas otra realizaciones del pasado, el que las ve sabe de inmediato que está frente a una expresión original.
Todas las figuras son sometidas por Rafael Teniente a un peculiar alargamiento de rostros, torsos y piernas. La distancia entre ojos y boca es más grande que lo normal y lo mismo ocurre con dedos y músculos. Modificada así la figura humana es otra visión y otra presencia. Curiosamente esto no produce una deformación de las figuras, tan sólo una transformación, justamente la necesaria para que dichas formas pasen a ser el recinto de la obra de Rafael Teniente.
Pues para la realización estas obras no son trabajadas con lo que puede ser la opulencia del óleo, su textura y colores. Por el contrario, Teniente trabaja el carboncillo y el grafito y con estas técnicas que aquellos pintores de otra edad utilizaron sólo para trazar bocetos y primeras concepciones de lo que sería la obra final, ahora se convierte en las técnicas principales y con ellas se logran estas presencias poseedoras de una fuerza indudable para expresar el mundo interior del artista. Podría decirse que esta capacidad de expresión equivale a la opulencia del óleo y su textura. Despreciado por muchos y olvidados frente a las capacidades de los grandes materiales de la pintura, este procedimiento del carboncillo y del grafito, gracias a la maestría con que los trabaja Teniente adquiere la grandeza necesaria para revelar por si mismo toda una visión de la forma y las figuras humanas. No es usual en estos tiempos poseer tal fuerza expresiva en una técnica que sólo se legitima si con ella se obtiene la presencia de un trazo, una linea y un volumen capaces de establecer el lenguaje necesario para afirmar la presencia de una auténtica obra de arte y éste es el otro elemento en el que se constituye el arte de Rafael Teniente: esa gestión y ese movimiento de la mano sobre la superficie del papel no solamente un todo, sino precisamente la revelación de que entre aquella concepción original y la obra final es justamente lo que hace que ésta alcance el calificativo de artística. De ahí la pertenencia de la obra de Rafael Teniente a su propio origen.
La pregunta surge ante las bellas presencias realizadas con las técnicas del dibujo a carboncillo y el grafito. La respuesta no es obvia ni evidente; esta obra viene del fondo del artista. Establecer esta procedencia implica reconocer que tanto la gestión como su conversación en trazos y movimientos de la mano sobre la superficie del papel, todo es uno y lo mismo. Y algo más. No importa que en esta obra reconozcamos expresiones clásicas de otra edad, principalmente el Renacimiento. El arte de Teniente pasa, es cierto, por esos testimonios del pasado pero el resultado final es su propia creación, pues lo que ve el ojo del espectador no es la figura o el rostro procedentes de un arte previo, usurpados por el artista de nuestro tiempo. A pesar de reconocer esta obra de Rafael Teniente a la Gioconda o a Eros y la Psiquis o a muchas otra realizaciones del pasado, el que las ve sabe de inmediato que está frente a una expresión original.
Todas las figuras son sometidas por Rafael Teniente a un peculiar alargamiento de rostros, torsos y piernas. La distancia entre ojos y boca es más grande que lo normal y lo mismo ocurre con dedos y músculos. Modificada así la figura humana es otra visión y otra presencia. Curiosamente esto no produce una deformación de las figuras, tan sólo una transformación, justamente la necesaria para que dichas formas pasen a ser el recinto de la obra de Rafael Teniente.
Pues para la realización estas obras no son trabajadas con lo que puede ser la opulencia del óleo, su textura y colores. Por el contrario, Teniente trabaja el carboncillo y el grafito y con estas técnicas que aquellos pintores de otra edad utilizaron sólo para trazar bocetos y primeras concepciones de lo que sería la obra final, ahora se convierte en las técnicas principales y con ellas se logran estas presencias poseedoras de una fuerza indudable para expresar el mundo interior del artista. Podría decirse que esta capacidad de expresión equivale a la opulencia del óleo y su textura. Despreciado por muchos y olvidados frente a las capacidades de los grandes materiales de la pintura, este procedimiento del carboncillo y del grafito, gracias a la maestría con que los trabaja Teniente adquiere la grandeza necesaria para revelar por si mismo toda una visión de la forma y las figuras humanas. No es usual en estos tiempos poseer tal fuerza expresiva en una técnica que sólo se legitima si con ella se obtiene la presencia de un trazo, una linea y un volumen capaces de establecer el lenguaje necesario para afirmar la presencia de una auténtica obra de arte y éste es el otro elemento en el que se constituye el arte de Rafael Teniente: esa gestión y ese movimiento de la mano sobre la superficie del papel no solamente un todo, sino precisamente la revelación de que entre aquella concepción original y la obra final es justamente lo que hace que ésta alcance el calificativo de artística. De ahí la pertenencia de la obra de Rafael Teniente a su propio origen.
Reseña de la exposición "Dibujos"
Alfonso Rangel Guerra (Monterrey, N.L., 16 de noviembre de 1928). Abogado, educador, escritor, académico, ensayista y funcionario público en educación y cultura. Agregado Cultural de la Embajada de México en España (1983-1985); Secretario Ejecutivo de la Asociación Nacional de Universidades e Instituciones de Educación Superior ANUIES (1965-1967); Presidente del CONARTE (2003-2006); Investigador asociado y Secretario General del Colegio de México (1985-1988); Secretario de Educación en Nuevo León en dos ocasiones (1988-1991 y 1996-1997); Director General del CREFAL (2001-2004); Ganador del Premio Internacional “Alfonso Reyes” (2009). Su labor como educador está marcada por el humanismo y su sólida cultura universal.